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Instrucciones para encender una cocina de leña: haciendo fuego a la antigua usanza

Bienvenidxs a nuestro blog ' rural life ' donde nos gusta descubrir las maneras más eco-vintag e de vivir en armonía con nosotros mismxs y nuestro entorno.  En las últimas semanas ha llegado a nuestros oídos una alarmante noticia, el 80% de los jóvenes no saben encender  fuego de manera tradicional y el 90% de los que lo han intentado han terminado con niveles muy elevados de cortisol abandonando en su tentativa. ¿Qué nos está pasando? Hemos de reconocer que muchos avances tecnológicos han facilitado sin duda nuestras vidas (o sea, las chimeneas eléctricas, estufas de pellets,...)  pero son demasiados los jóvenes que nunca han visto una cocina de leña y muchos menos los que hemos probado a alimentar a una Lacunza cuan dragón medieval con madera natural y un fósforo ¡muy crazy ! Es por ello que nos ha parecido top compartir con vosotrxs unas instrucciones básicas para que cualquiera pueda probar  los beneficios de hacer fuego a la antigua usanza, el último grito entre nuestra

La tormenta perfecta: COVID 19


JUEVES 12 DE MARZO
Cancún. Amanezco. Sólo se escucha el sonido de los pájaros tropicales conversando entre ellos de palmera en palmera a 25 grados. Hoy es mi cumpleaños, ¡35 años! Me siento mejor incluso que con 25, ¿cómo te quedas? y desde luego estoy más bronceada que hace una semana (self-hi-five!) La vitamina D del sol me da energía vital, igual que a las plantas en primavera después de un bravo y eterno invierno.

VIERNES 13
Mi nube esponjosa de plumas y algodón fino, de brisa tropical, cocoteros y palmeras en la que amanezco se interrumpe por una vibración en la mesilla. Abro un ojo, en el panel de notificaciones pone ‘Mamá’. -Un pensamiento vago cruza mi cabeza: “¿qué hora es en España?... mmmm… qué coño… ¿qué hora es aquí…?- Con mano torpe palmeo la mesilla hasta agarrar el móvil: “El presidente decreta el cierre de colegios MissLuces. ¿Te dijeron algo de tu cole? Lo del corona virus se pone muy feo. Van a dar una rueda de prensa ahora”. No comprendo bien el mensaje. Pongo los pies en el suelo y me dirijo a la cafetera. Paralelo al comedido goteo de agua infusionada con café de Colombia me voy enterando -con la misma premura- de las noticias desde España.
Se decreta el estado de alarma y yo aquí. 



Viernes 13 tenía que ser. Un viernes negro que nadie preveía. Tampoco nosotros terminábamos de comprender el calado de la situación. Un marzo hermoso que comenzaba a nublarse, y lo peor era la tormenta tropical que se avecinaba impredeciblemente mientras no podíamos hacer otra cosa que vivir el día que nos tocaba vivir, algo ajenos al mundo, como los coatíes en su rutina diaria al atardecer.


SÁBADO 14 y DOMINGO 15 DE MARZO
Inquietud. Seguimos en México. La celebración diaria se tornó en rostros introspectivos y algo taciturnos; conversaciones en bucle sobre esto del COVID-19 donde se repetía aquello de ‘¿malo será que nos quedemos aquí no?’ y a veces el humor parecía querer colarse en medio de esa preocupación tácita “Oye, que si nos tenemos que quedar en el caribe un mes, yo a esto me puedo acostumbrar, ¿eh?”


Incertidumbre. Buscamos respuestas donde sea, contactando con nuestras amistades de Iberia y Aena.
-       ¿Sabéis algo? Vais a seguir operando los vuelos de México.
-       Sí, de momento. No preveemos suspensiones al menos para mañana. Además, México no está decretada como una zona de riesgo. ¿A qué hora es el vuelo?
No pude dormir en toda la noche tratando de no pensar en las 1.000 y una posibilidades desastrosas que podrían darse. Cancelación del vuelo, cierre de fronteras aéreas, atrapados en un aeropuerto Mexicano una semana, enfermarnos en el extranjero...

LUNES 16 DE MARZO
Aeropuerto de Cancún. Todo va en orden. 
Pagamos los 70€ de impuestos a los turistas (mi teoría es que el gobierno Mexicano debió de tener una plática tal que así con los carteles y mafias del país: “Tú no me chingas en la zona turística compadre y yo te unto de platita…Todos ganamos, hermano”) Por lo demás, todo transcurría con total normalidad. Salvo nosotros, que parecíamos salidos de una peli de indios y vaqueros, mirando a diestra y siniestra, con pañuelos cubriéndonos el rostro, como quien está en tensión para anticiparse a la batalla y si oíamos ‘parlar italiano’ rápidamente echábamos mano a nuestra cartuchera para desenfundar el desinfectante. Muy lamentable todo…pero cierto.
-       ¿Qué les pasa a esos, güey? – Supongo que a día de hoy ya sabrán lo que nos pasaba -

11 de la mañana hora local. Espacio aéreo español. Ya sobrevolamos la península, por fin. Los oídos me molestan por el cambio de presión. Bien podría haber sido por la bachata que salía de los auriculares de un pasajero dos asientos más atrás... El tren de aterrizaje toca tierra, se respira una calma chicha. Hay mucho silencio en el avión. Todos parecían ser conscientes del lugar del aterrizaje. Mientras esperábamos, más de lo normal, para que abrieran las puertas los pasajeros se iba colocando guantes, pañuelos, y máscaras de todo tipo y calidad - un hombre con una máscara antigás, una familia con un bebé en brazos enfundados en guantes y mascarillas, unas chicas con el pañuelo anudado hasta los ojos. En ese momento me acordé de un libro de ciencia ficción que había leído de pequeña. Pensé que en España estaría todo controlado pero, soy testigo de que el lunes 16 de marzo entre las 12 y las 13 horas en el Aeropuerto de Madrid Barajas –ciudad que ya llevaba varios días de cuarentena- se producían hacinamientos multitudinarios sin que nadie interviniese. En las cintas de equipaje, en el bus que nos llevó del avión a la terminal –igualito que el metro en hora punta- y muy especialmente en la cola de aduanas. Después de 15 minutos allí apareció una mujer que gritó al aire –sepárense un poco, hombre!-.

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