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Ginecología moderna: paternalismo y “niñas malas”



En pleno siglo XXI, resulta sorprendente comprobar cómo gran parte de la ginecología continúa anclada en prácticas que poco o nada tienen que ver con la salud integral de las mujeres o el abordaje holístico de sus problemas ginecológicos, y anclada también en un trato de facto y de iure por parte de los ginecólogos donde se vulnera el derecho a ser respetadas, independientemente de la situación o edad de nuestro cuerpo o de nuestras decisiones sobre el mismo.


Todo comienza desde la preadolescencia, donde la prescripción casi automática de la píldora anticonceptiva es el automatismo y “solución rápida” para camuflar sintomatologías que se perpetúan en el tiempo sin abordar ni curar las causas de los problemas y lo que es peor, sin saber qué te pasa. Que el médico menosprecie tu sintomatología hormonal no hace que tu problemática desaparezca.  Trastornos como el síndrome de ovario poliquístico (PCOS) o la endometriosis, que requieren un abordaje multidisciplinar y especializado, quedan a menudo invisibilizados tras años de tratamiento con la píldora derivando en una lucha desesperante sin amparo ni guía. Así, muchas mujeres descubren la verdadera naturaleza de sus problemas no gracias al seguimiento ginecológico, sino a través de su propio empeño, buscando información en comunidades de mujeres, grupos de Instagram, apps, clínicas privadas o incluso la IA, quienes finalmente les permiten poner nombre a un dolor y a unas dificultades que llevaban arrastrando en silencio durante años. ¿Qué se está haciendo mal? Este vacío asistencial de la ginecología no solo retrasa diagnósticos clave, sino que priva a las pacientes de una atención integral y de un diagnóstico y tratamiento temprano.


A estos cómodos automatismos se le suma la escasa formación que muchos especialistas reciben en inteligencia emocional y práctica de la empatía, habilidades fundamentales para acompañar a las pacientes en unidades ginecológicas particularmente delicadas como son la de interrupción voluntaria del embarazo o la de reproducción asistida. Mi amiga, a quien llamaremos Macarena para preservar su intimidad, se quedó embarazada con 30 años tras llevar una década malviviendo con ingresos precarios; El ginecólogo que la atendió en el centro de planificación familiar público -a donde acudió completamente en shock emocional- sin detalles personales previos le espetó “si quieres que te practiquemos un aborto tendrás que asistír previamente a la formación de cómo no quedarte embarazada, que sino, no aprendéis y se ve que lo de ponerte el condón aún no lo tenemos clarito, ¿verdad bonita?” Lenguaje como este sigue parasitando todas las áreas médicas de la mujer que se dan en la privacidad de 4 paredes, muchas veces sin más testigos y que, por estigmatización social, verguenza o miedo no se denuncian, vulnerando la integridad de las pacientes y fomentando la impunidad.


El colmo se lo llevan las Unidades de Reproducción Humana Asistida donde paradójicamente muchos de estos especialistas manifiéstan cierto desprecio hacia su público objetivo, mujeres infértiles o con problemas para concebir. Sin duda alguna su trabajo sería mucho más fácil si acudieran a esta unidad mujeres fértiles de 25 años... A esta casuística le añadimos la agresión o abuso del lenguaje donde no parecen existir protocolos terminológicos adaptados. Son libres de referirse a las gestaciones tardías como “embarazos geriátricos”. Éste es un término tan desfasado como hiriente que refuerza estigmas y heridas innecesarias. Tal vez eso describa una realidad biológica, o incluso social del siglo pasado, pero no refleja la realidad social actual. A todos aquellos que continúan repitiendo como loros en sus consultas el primer motivo de tu infertilidad es la edad tuya no la de él”, les pregunto ¿en qué medida está ayudando a su paciente con esa afirmación de responsabilidad y culpa? ¿Quién vigila que estas injerencias sucedan en las consultas? A todos los que continúan abrazados a los manuales del siglo pasado que tanto esfuerzo les llevó memorizar y continúan diciéndole a todas las mujer de 40 a las que atienden en proceso de FIV tienes que saber que tus óvulos son viejos, que luego venís aquí llorando”(mientras agita la caja de tissues) o  es que la edad ideal para tener hijos es a los 30 no a los 40”, yo les pregunto ¿es acaso la sociedad actual ideal? ¿Es algo que la paciente pueda remediar? ¿o es un modo gregario de eludir responsabilidad sobre el proceso médico? 
Este lenguaje no sólo es éticamente cuestionable en su forma, sino que añade culpa e impotencia a un proceso ya cargado de presión emocional. 


Casualmente, muchas de las mujeres que hoy buscan una FIV rondando los 40 años, pertenecen a una generación que ha sido víctima de un concatenado de crisis salvajes que han truncado y condicionado negativamente sus vidas: con 23 años, la gran recesión económica de 2008 que se prolongó hasta 2013 (28 años), con 25 años se enfrentan a tres años de crisis europea y rescate bancario que se solapan a la anterior crisis, y con 35 torean durante dos años más las consecuencias económico-financieras derivadas del COVID en 2020. Somos una generación de mujeres que hemos tenido que luchar durante años para consolidar nuestra independencia económica, retrasando proyectos familiares no por capricho, sino porque las condiciones sociales y laborales nos privaron de ello. Haber sobrevivido a esas dificultades ya nos convierte en víctimas de facto del sistema político-económico que nos ha jodido la vida como para tener que ser juzgadas y violentadas también dentro de las consultas por las consecuencias que se han derivado de todo lo anterior. Sólo unos pocos hacen desmerecer el código deontológico de la profesión médica y perjudican este valiosísimo tesoro que tenemos, la sanidad pública.


Son muchas las pacientes que declaran haber sido juzgadas, criticadas o paternalizadas por sus ginecólogos en lugar de recibir apoyo médico empático y protección de su salud física y emocional, que por más que le pese a algunos, es inseparable. La ginecología debería ser un espacio de acompañamiento y respeto, no de paternalismo ni juicios. Las mujeres merecemos ser tratadas como personas completas, no sólo como cuerpos incorrectos, vacas lecheras con estadísticas a cumplir o, simplemente "niñas malas".




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