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Instrucciones para encender una cocina de leña: haciendo fuego a la antigua usanza

Bienvenidxs a nuestro blog ' rural life ' donde nos gusta descubrir las maneras más eco-vintag e de vivir en armonía con nosotros mismxs y nuestro entorno.  En las últimas semanas ha llegado a nuestros oídos una alarmante noticia, el 80% de los jóvenes no saben encender  fuego de manera tradicional y el 90% de los que lo han intentado han terminado con niveles muy elevados de cortisol abandonando en su tentativa. ¿Qué nos está pasando? Hemos de reconocer que muchos avances tecnológicos han facilitado sin duda nuestras vidas (o sea, las chimeneas eléctricas, estufas de pellets,...)  pero son demasiados los jóvenes que nunca han visto una cocina de leña y muchos menos los que hemos probado a alimentar a una Lacunza cuan dragón medieval con madera natural y un fósforo ¡muy crazy ! Es por ello que nos ha parecido top compartir con vosotrxs unas instrucciones básicas para que cualquiera pueda probar  los beneficios de hacer fuego a la antigua usanza, el último grito entre nuestra

Jaque mate...




Aunque mi cama de la residencia universitaria era de 90cm lo cierto es que me parecía muy amplia y acogedora después de la juerga nocturna de aquel miércoles por la noche. Sin embargo, el abatir incesantes de las puertas de una comunidad de unos 200 residentes hacía harto complicado conciliar el sueño más allá de las 7 de la mañana. Trataba de concentrarme en la felpa jugosa de las sábanas pero mi yo (ahora semi-consciente) me castigaba como buen Pepito Grillo por faltar a clase aquella mañana de jueves. Ojalá alguien me hubiese dicho que era totalmente innecesario sentirme culpable por faltar a 4 horas y media de ‘semiótica y sintagmática de la comunicación integrada’. Es más, debería de estar tipificado en el código penal como maltrato estudiantil. De todos modos sabía que si iba, me pasaría las horas con la frente reposando sobre la mesa de la última fila, sólo levantándola para corroborar que aquel viejo dinosaurio de la lingüística seguía vivo entre amnea y amnea explicativa.



En la residencia, al menos por aquel entonces, casi todas y todos dejábamos las puertas de las habitaciones sin pasar el cerrojo, pero igualmente tocábamos antes de entrar. Tod@s salvo mi amiga –y vecina de pasillo- Carlota. Una chica muy inteligente, aunque tremendamente despistada, amante de la juerga y algo obsesionada con el color rosa. Nunca se cansaba de escucharme dándole la paliza sobre el cliché que suponía aquel color que los publicistas habían inventado para cobrar más por los mismos artículos; en el fondo creo que era consciente de ello pero simplemente lo utilizaba como una parte más de su personaje aparentemente atolondrado.
Carlota estudiaba medicina (y sí, terminó la carrera, primera de su promoción), y lo compaginaba con su hobbie favorito: salir mucho de fiesta. Una combinación peligrosa, aunque más lo era el imaginártela operando a corazón abierto y despistándose unas gasas rosas dentro de un paciente.

De repente oigo desde mi cama un fuerte golpe, la puerta de mi dormitorio golpeando el armario empotrado que se encontraba justo detrás.
-       ¡MissLdb! ¡MissLdb! ¡Despierta!
-       Joxxx…Carlota, que son las 8:30 de la mañana tía (lo primero que pensé es que por fin se habría liado con el chico de biología con el que me tenía comida la cabeza desde navidades). -Me arrinconé sobre la pared dándole la espalda y agarrando mi nórdico como el que se aferra a un oso de peluche de la infancia.
-       Que no, en serio, ¡despierta! ¿Donde tienes el mando a distancia? –Pese a mi anhelo en aquella época de mi vida por estar al día de la actualidad, en aquel preciso momento no me alegraba ser la afortunada del pequeño monitor de tubo en la habitación para entretenimiento de mi amiga.
-       Qué quieres Carlota… ¿pero tú no saliste ayer? ¿por qué no estás durmiendo? Luego al medio día me lo cuentas.
-       Joder, que nunca me tomas en serio, mira, ¡mira! –dijo ya muy agitada encendiendo mi tele manualmente desde la base.


Con solo un ojo abierto y todavía agarrada a mi suave almohada vi unas imágenes que no me esperaba. Me incorporé para ver mejor el televisor que estaba a los pies de la cama sobre una estantería. Sentada, traté de centrar la atención en lo que estábamos escuchando en la tele y enfocar la vista sobre aquella pantalla cegadora bajo el contraste de la oscuridad de mi cuarto.
-       Dicen que ha habido varias explosiones, hay muertos – dijo Carlota más pausada al ver que por fin daba crédito a su alboroto mañanero-
-       … Jo...der...
Ni ella, ni yo, sabíamos en realidad lo que estábamos viendo aquella mañana de jueves. Después de un rato salí de la cama -con un ojo pendiente en las imágenes y concentrada en la voz en off de Matías Prats- y  Carlota abrió las persianas al ver que me dirigía a enchufar la cafetera eléctrica. Bien podía haberme enchufado yo a la corriente por el estado comatoso en el que me encontraba. Todo a nuestro alrededor parecía fluir con normalidad, la gente desayunando en el comedor comentando el último partido de liga o corriendo por los pasillos para llegar a tiempo a clase.
Pasada una hora de aquel despertar abrupto y dos cafés aguados más tarde, comenzamos a escuchar un incesante tráfico de sirenas de ambulancias en las inmediaciones de la residencia. Empezábamos a tener el estómago encogido, las víctimas mortales aumentaban a la velocidad de la luz. Comenzamos a tomar consciencia de la gravedad y en un arranque de ansiedad me comencé a quitar el pijama:
-        Habrá que hacer algo, necesitarán voluntarios en la zona... ¿o qué hacemos?
-       Párate, párate, párate. Piensa, la estación estará colapsada y no sabemos si es seguro ir. Los cuerpos de seguridad tienen la zona acotada.  Pero…Necesitarán sangre.
-       Pues venga, pal’ hospital
-       Voy a avisar a los que vea por el pasillo mientras te vistes. A ver si veo a Maca, es cero-negativo.
-       Perfecto. En recepción en 5 minutos.


Nos reunimos unos 15 en la entrada y fuimos caminando unos 20 minutos cuesta arriba al hospital más cercano. Cuando llegamos había una cola tan larga que invadía la acera por completo; transcurridas unas dos horas logramos entrar en la sala de donación. Se respiraba cierta inquietud en el trasiego introspectivo y concentrado de las enfermeras, como quien se prepara para recibir el golpe de un tsunami tras el primer impacto del terremoto.
Al poco de nuestra salida, salió apresurada una enfermera para notificar a los que aún quedaban fuera haciendo cola que el banco de sangre estaba lleno. Agradeció la presencia de todos, colgó una nota y tan fugaz como llegó, se fue.
En cuanto regresamos a la residencia volvimos a conectar las noticias -era ya media mañana- y el ministro Acebes iba a comparecer. Mi cuarto era ahora un bullicio de gente entrando y saliendo para enterarse de la última hora. Algunos profesores habían incluso suspendido las clases y muchos alumnos estaban de regreso en la residencia. Una compañera entró llorando en mi habitación.
-       Un amigo de la facultad iba en ese cercanías. Nadie lo puede localizar. ¡Que nadie lo puede localizar! –dijo con mirada desesperada y fija en nosotras, como buscando una reacción de búsqueda activa de su amigo por nuestra parte.
En ese momento la desolación se podía masticar en aquel dormitorio de 5x3m; las emociones empezaron a implosionar como bombas de racimo en el alma, contagiándonos todas en un llanto en cadena, silencioso, con las manos en el rostro como quienes tratan de no ahogarse con su propio corazón, con las manos en el pecho como quienes pretenden mitigar el temblor entrecortado de la respiración. De fondo, las cifras de personas muertas en el atentado se iban multiplicando, ascendiendo de manera exponencial tanto víctimas mortales como heridos. Esa fue la tónica hasta llegar la noche. Nosotras no sabíamos que justo eso, la cifra de muertos, era en verdad lo único real que nos habían contado a lo largo de aquel fatídico jueves de marzo.  


Por la noche, acostada de nuevo en mi angosta cama sentía el latido -aún agitado- de mi corazón en la garganta. Los pasillos estaban extrañamente silenciosos y pese al sueño que tenía no podía dormir. Tratando de acomodarme en cada vuelta que daba sobre mi misma, esa noche la cama parecía haber encogido en la misma proporción que lo hacía mi pecho. Imaginaba los rostros de todas aquellas personas que desfilaban por mi mente como una proyección de V8: Unos sonreían hablando con sus hijos por teléfono, otros preocupados por algún papeleo del día anterior en la oficina,  otros esperando llegar a Atocha para reencontrarse con amigas/amigos, novias/novios de la facultad o deseando simplemente alcanzar algún logro con el que hacer sentir orgullosas a sus esforzadas familias. Pero ahora… ahora estaban muertos________________________________Me recorrió un escalofrío similar al que tuve tres años antes cuando la suerte hizo que mi visita al World Trade Center con Nakamura, una amiga japonesa, fuera 8 días antes del 11S y, con la misma suerte, que abandonáramos Manhattan pocos días antes de los atentados. Esa casualidad me hizo sentirme terriblemente dolida con aquella masacre. Una parte de mi murió en aquellas torres. Recuerdo haber llorado hasta la extenuación. Ese dolor, me trajo devuelta a mi recuerdo a la estación de Atocha. Cuántas vidas destruidas y otras tantas condenadas a la oscuridad en vida. No paraba de preguntarme: ¿Por qué?


¿Por qué?


Al día siguiente, por la mañana (12M) fuimos a la parada de bus para ir a la manifestación. Los buses universitarios normalmente viajaban llenos hasta la bandera, pero aquel día… aquel día era otra cosa. El lateral por el que entrábamos al autobús estaba a penas a cuatro dedos del suelo. El conductor hizo un gesto con la mano, permitiéndonos la entrada. Cuando subí extendí el brazo por encima de algunas cabezas para darle mi abono transporte al conductor y me hizo un gesto de negación con la cabeza.
-       En este bus hoy no se paga. –dijo con voz firme y rostro muy serio.
Los malos gestos de incomodidad que habitualmente se darían en un bus tan abarrotado como aquel se habían transformado en empatía, en solidaridad a rebosar. La sociedad española brotaba como la flor de loto de las aguas estancadas y sin vida.
-       Disculpa, ¿te estoy pisando?
-       ¿Estás bien? ¿Viajas sola? Vente con nosotras si quieres
-       Dame una mano, te ayudo a bajar.


Al llegar aquel día en la Castellana éramos todos uno. Unidos por la rabia de la mayor masacre vivida en la historia reciente de nuestro país, unidos por la repulsa hacia quienes osaron jugar a ser no sé que Dios, bajo no sé que Corán. Pero eso, precisamente eso, entonces, no lo sabíamos.

Ahora, en el 15 aniversario de aquella tragedia, recuerdo cuando a lo largo de la etapa universitaria, algunos jóvenes “super rebeldes y antisistema” decían eso de ‘yo no voy a votar; yo paso de la política’. Me pregunto hoy si a caso no fue la política la que mató a aquellas personas en un tren de cercanías. ¿En qué permanente letargo se encuentra este bello país? Sedado bajo los opiáceos propagandísticos que se repiten como un mantra, sigilosa pero sistemáticamente.

Hoy, recordamos a quienes no están, pero yo no puedo olvidar el por qué no están. Porque no les mató un rayo, porque no les mato una enfermedad, porque ni siquiera –empeñándose algunos- les mató la banda terrorista E.T.A. Aquella tragedia griega se orquestó desde la política -cocinándose a fuego lento- y el fatum trágico fue ensayado desde el ajusticiamiento internacional de los rescatadores de las Azores.
Las plañideras que dirigían nuestro país cuando sucedió el 11M, empozaban todo con discursos ausentes de corazón pero repletos de vanidad y mentiras - Soltaban las mismas lágrimas de cocodrilo ensayadas por la supuesta hija del embajador Kuwaití que condujo al imperioso EE.UU. a entrar en la 1ª Guerra del Golfo - mismo mantra que para la 2ªGuerra de Irak-. Una campaña de propaganda financiada por el gobierno del predecesor ideológico del ‘America first’- La historia y su método se repite, allí y aquí.
En la España de hoy, nuestras plañideras políticas, tan histriónicas como siempre, siguen ahí, haciendo aspavientos entre bambalinas, escandalizadas para escandalizar y ofreciendo diferentes tipos de opio para distintos tipos de males contemporáneos, y nosotros no solo los seguimos consumiendo alegremente sino que demandamos más. Pero, yo me pregunto ¿y cuando llegue la resaca? ¿Nos manifestamos y...? ¿dejamos que todo transcurra como siempre? ¿A quién culparemos de nuestro drama? ¿Dónde quedaremos nosotros apostados y drogados mientras se juega la partida en ese gran tablero de los Dioses?


Las muertes que provocaron todos aquellos gobernantes nacionales que movieron ficha en el tablero político -desde la tranquilidad de saberse su Reina protegida y los peones a merced del destino-, ni ápice de lamento se les ha escuchado en lustro y medio de aquella masacre. Aunque si bien es cierto, ni las palabras, ni tampoco el tiempo podrán aliviar semejante daño causado por el azuzamiento de aquellos al ‘juego del terror’. Pero si nosotros, humildes peones, pudiéramos aprender de algo, ojalá (ojalá) fuera de lo ya vivido, para no tener que repetir los errores de nuestro pasado y vivir otros Jake Mate con los mismos lobos guiando nuestro rebaño para después gritar: ¡Infamia! ¡Me han robado el tablero!

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